Libro de Viajes
Salí al alba.
Te esperé sentada en el banco, con mi manojo de nervios y mi cigarro en la mano. A los lejos escuché pasar el camión de las descargas, al taxista insomne que emprende el regreso a casa, al primer autobus de la mañana y a los que en humildes coches se acercaban a las fábricas.
El nuevo silencio me ahogaba, me deconciertaba, pero yo no temía, no creía, no esperaba nada. No me moví hasta que hube decidido usar el café como arma contra mi sonambulismo, y me senté junto a la ventana de la esquina, con la gran taza humeante como única compañía.
Y el tiempo pasó, no sé la hora exacta pero seguro que las agujas del reloj no se apiadaron de mi. A estas alturas ya debías estar a muchos kilómetros de Madrid... Tantos, que no sé si hubiera logrado alcanzarte. Aunque en el fondo tampoco hubiera ido tras de ti.
Mi mirada se detuvo en aquel lugar donde debías estar desde hace ya mucho rato, con tu mochila llena y el coche casi destartalado. Y no te ví. Como un espejismo se proyectaron allí tu sonrisa y tus ojitos cargados de sueño... Y al tiempo, burlando al más mágico cuento de hadas, la débil imagen de mis deseos se fundió con otra de incierta realidad, pero mucho más nítida. Y cobró forma, y estabas allí.
¿A dónde quieres ir?
Te esperé sentada en el banco, con mi manojo de nervios y mi cigarro en la mano. A los lejos escuché pasar el camión de las descargas, al taxista insomne que emprende el regreso a casa, al primer autobus de la mañana y a los que en humildes coches se acercaban a las fábricas.
El nuevo silencio me ahogaba, me deconciertaba, pero yo no temía, no creía, no esperaba nada. No me moví hasta que hube decidido usar el café como arma contra mi sonambulismo, y me senté junto a la ventana de la esquina, con la gran taza humeante como única compañía.
Y el tiempo pasó, no sé la hora exacta pero seguro que las agujas del reloj no se apiadaron de mi. A estas alturas ya debías estar a muchos kilómetros de Madrid... Tantos, que no sé si hubiera logrado alcanzarte. Aunque en el fondo tampoco hubiera ido tras de ti.
Mi mirada se detuvo en aquel lugar donde debías estar desde hace ya mucho rato, con tu mochila llena y el coche casi destartalado. Y no te ví. Como un espejismo se proyectaron allí tu sonrisa y tus ojitos cargados de sueño... Y al tiempo, burlando al más mágico cuento de hadas, la débil imagen de mis deseos se fundió con otra de incierta realidad, pero mucho más nítida. Y cobró forma, y estabas allí.
¿A dónde quieres ir?
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